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Un toque italiano
–CUARTA parte–
SENSACIONES DE PALERMO

 

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Por Javier Carlo


Foto de:Vincenzo Talluto

 

El tren descendió del ferry, luego de cruzar el estrecho que une Reggio Calabria y Messina, abriéndose paso sobre la isla más grande del Mediterráneo: Sicilia. La separación mínima entre ambas regiones es de 3 kilómetros, de tal forma que el sol apenas parpadeó sobre el brazo de mar para dejar entrar la mañana. Flanqueado por una prolongación de los Apeninos –denominados sículos o Montes de Palermo–, el tren corría por poblados cuyos nombres aluden a la felicidad y miran de frente a las costas del Mar Tirreno, salpicado de grandes rocas. Mi vista acogía por primera vez la sorpresa de encontrarme tan lejos en este viaje, sin haberlo planeado; rumorosa de mar, al que mis dedos intentaban palpar por las ventanas.

Sicilia, célebre por ser cuna histórica, cultural y de vanguardia; semillero de artistas, cineastas y tal como lo cuentan las lenguas, de capos. Así llegaba a su capital, Palermo, situada al noroeste, luego de casi 13 horas de trayecto; invitado por uno de los jueces del tribunal católico, al que conocí en Roma y a quien confundí –en un inicio– con un mesero.

Extraviado hacia Piazza Navona, quería hacerme de una de esas copas de líquido naranja que portan con arrogancia buena parte de los comensales, y que Vincenzo me explicó que se trataba de un Spritz, un aperitivo típico del norte de Italia. Y ahí surgió nuestra amistad, entre degustaciones, caminatas y tips, que días después, al teléfono en Milano, detonaron formalmente esta visita.

Habían pasado unos minutos cuando lo vi entrar a la zona de andenes, rebotando la luz del sol con una gran sonrisa.

Habría querido dormir, pero cómo podía hacerlo si Vincenzo había preparado un recorrido por el centro de esta capital que en momentos me regresaba a la Ciudad de México, a su gente, a sus comercios, a sus rincones; legado de un encuentro continuo de razas, desde su fundación fenicia a sus periodos cartaginés, griego, romano, árabe, normando y de las tribus y las cortes europeas, por mencionar los más trascendentes. Arboladas plazas donde ahora corren los niños y pintan los artistas, abarrotadas callejuelas de expendios de lámparas, atestados mercados de sabor, y –sin duda alguna– el refinamiento italiano que aquí se vuelve dicharachero y cálido. Y tal como ocurre en otros países europeos, citemos España, Francia y Portugal, el sur suele estar poblado por gente que –en definitiva– comparte el concepto latino de hospitalidad.

Pese al asombro que pudo provocarme la primera parte del recorrido por Italia, esta vez me sentía como en casa. La risa y el grito desaforados, los movimientos bruscos, los olores de las cocinas y en general ese ardid que hace que las ciudades ebullezcan, tan propio –en efecto– de las películas que retratan la cotidianeidad de esta zona, que de ninguna manera se trata sólo de diseño de producción. No eran ni las 11 de la mañana. Abría la puerta del Alfa Romeo en una calle sinuosa de apenas 2 carriles y por fin, escuchaba una voz local que no sólo me daba la bienvenida, ¡sino que lo hacía en inglés!

Dada su condición de puerto, Palermo ha sido históricamente el escenario de múltiples conflictos por dominar el Mediterráneo, así como el centro donde han aflorado algunas de las fusiones que más han impactado el desarrollo del arte, el comercio y el derecho como ahora los conocemos; baste señalar que una de las primeras estructuras jurídicas en cámaras tiene su origen precisamente aquí, así como varias de las leyes relacionadas con la recepción de extranjeros y el respeto por su cultura e ideas. 

Palermo es actualmente la quinta ciudad más poblada de Italia y pese a no ser la más próspera, ni el centro turístico más importante, cuenta con un estándar de servicio que –me da la impresión– emana de los propios rasgos de la cultura siciliana; así abierta al intercambio, así dispuesta a centrarse en sus visitantes. En este sentido, quisiera dilucidar que al encontrarse en un cruce de caminos, la gente comprende la importancia de adoptar nuevos patrones sociales, económicos y de comunicación, que propicien una integración más efectiva de la región a la escena global; situación que en vez de atentar contra sus raíces, habría de exaltar la identidad y el aprecio por el legado de la isla.

La procuración en el entendimiento de los idiomas, en la calidad de los servicios informativos, en el uso de dispositivos móviles e Internet, así como el esmero con que se trata al viajero, son aspectos evidentes en cada una de las estampas que se van desarrollando a lo largo del día. En un primer atisbo, los palermitanos llegarían a parecer un poco huraños, sin embargo, a la hora de hacerles una consulta podrían aglomerarse alrededor de uno y discutir entre ellos mismos con tal de orientar a los visitantes y brindar la mejor opción en su ciudad. ¡Pregunte que así, uno no se puede afligir!

Vincenzo habría de sorprenderme desde el momento en que pisamos el hotel, donde permanecimos sólo unos minutos, los necesarios para hacer el registro y subir el equipaje, pues había que aprovechar el día.

Monreale, una célebre colina que custodia la ciudad y el puerto, aguardaba coronada no sólo por su cielo prístino, sino –también– por su catedral del siglo XII, en la que es posible apreciar la combinación de elementos árabes, bizantinos, normandos y clásicos; cuyo interior se halla revestido de mosaicos y frescos dorados. Alrededor, una serie de casas de balcones atiborrados de flores, donde los artesanos del vidrio confeccionan piezas de colección, la cual desemboca en un mirador imponente.

De ahí al casco histórico de Palermo, al restaurante de barrio, en el que uno de los chefs me dejó atónito con la bandeja de mariscos más grande que haya visto nunca y que yo me comiera, sin bien saber el nombre de todo lo que contenía. Luego un paseo hacia el Teatro Massimo y el Teatro Politeama (ambos considerados Ópera de Palermo), por las librerías, las tiendas de ropa y de muebles, por los restaurantes, las pizzerías y los bares –y a seguir comiendo–; todos engalanando las avenidas principales de esta capital. 

Las maletas fueron –con certeza– las que disfrutaron la estancia en el hotel, pues gracias a Vincenzo, Palermo ha der ser una de las ciudades por las que más he caminado en toda mi vida. Una de la mañana al pie del torreón, ni siquiera iluminado; chinotto en mano. –Andiamo?–. Al parecer, mis pies gozarían de una tregua.

Admito que resulta fácil poner en jaque las áreas de oportunidad que presenta un país como Italia, más siendo viajero; sin embargo, la verdadera jugada no consiste en lanzar una crítica, sino en provocar una comparación, al elucidar si las situaciones planteadas en estos textos son completamente ajenas a nuestro país.

En este sentido, habría que plantear cuál es el grado de desarrollo de la cultura de servicio en México, al ser un centro turístico de buena envergadura [1] y –similar a lo que ocurre con el país de la bota– un cruce de caminos histórica y culturalmente importante; si es que existe una convicción seria acerca de la apertura global y el cambio, así como una aplicación de los enfoques actuales de mercadotecnia y un nivel importante de centralización hacia el cliente. Aspectos que se tradujeran –entre otras cosas– en una actitud más receptiva, en formas comunicativas más flexibles a nivel coloquial y tecnológico, pero sobre todo en altos niveles de arraigo y orgullo hacia nuestro patrimonio, que nos permitieran posicionar a México como una potencia turística en el plano mundial.

Los recursos sin duda alguna existen, entre ellos la capacidad de gestión, el conocimiento y la ubicación; no obstante –advierto–, la clave del éxito se ha de encontrar en el talento, la capacitación y el reconocimiento de la gente. Sin que ahora bien se aproveche.

¿Así, qué tan distintas serían estas crónicas narradas por un italiano en México?

Al pie del Monte Pellegrino –un montículo proveniente de la Toscana–, il Capriccetto cerraría una hora más tarde. Allí la terraza con su piano de cola blanco y sus mesas alumbradas por antorchas, mirando al Golfo di Palermo en un festín de platos y copas. La Trisquel, una medusa de 3 piernas, símbolo de Sicilia, seguro estoy que también brindaba. En unas horas me vería caminar a la estación del tren. Decidí ir solo. Mi casa estaba a 2 días de camino: la Luna seguía creciendo.

 

[1] El ranking mundial de países más visitados en 2010 ubica a México en la octava posición.

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Javier Carlo
Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. En la actualidad, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del Sistema ITESM. Profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor del postgrado en Gestión e Innovación Educativa de la Universidad Motolinía del Pedregal.

Contacto:
jcarlomena@gmail.com
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